Boletin Parroquial N. 010
X semana del Tiempo Ordinario
Junio - 2008
Junio mes de Sagrado Corazón de Jesús
El amor explica todos los misterios de Jesús.
Cuando consideramos los misterios de Jesús, ¿Cuál de sus perfecciones es la que vemos estallar particularmente? Si duda, el amor. El amor realizó la encarnación: “que por nosotros…. Bajo del cielo y se hizo hombre”; el amor hace nacer a Cristo en una carne pasible y enferma, inspira la oscuridad de la vida oculta, alimenta el celo de la vida pública. Si Jesús entrega, por nosotros, a la muerte, es porque cede al “exceso de un amor sin medida”; si resucita, es “para nuestra justificación”; si sube al cielo, es como precursor que va prepararnos un lugar”, en esa estancia de beatitud; envía al “Espíritu consolador”, para no “dejarnos huérfanos”; instituye el sacramento de la Eucaristía como memorial de su amor. Todos esos misterios tienen su fuerza en el amor.
Es necesario que nuestra fe en este amor de Cristo Jesús sea viva y constante. ¿Y Por qué? Por que es uno de los principales soportes de la fidelidad.
Nada empuja al amor como el saber y sentirse amado. “Todas las veces que pensamos en Jesucristo, dice santa Teresa, recordemos el amor con el que nos colmó con sus favores… el amor llama al amor”.
Pero, ¿cómo conocer este amor que está en el fondo de todos los estados de Jesús, que los explica, y cuyos motivos resume? ¿De dónde sacar esta ciencia, tan fecunda, que San Pablo convertía en el objeto de sus oraciones para sus cristianos? En la contemplación de los misterios de Jesús. Si los estudiamos con fe, el Espíritu Santo, que es el amor infinito, nos descubre sus profundidades y nos conduce al amor, que es la fuente.
Esta es una fiesta que por su objeto nos recuerda, de una mera general, el amor que el Verbo encarnado nos ha mostrado: es la fiesta del Sagrado Corazón. La Iglesia, a partir de las revelaciones de Nuestro Señor a santa Margarita María, cierra, por así decirlo, el ciclo anual de las solemnidades del Salvador; como si la llegada, al término de la contemplación de los misterios de su Esposo, no quedara sino celebrar el amor mismo que los inspiró.
Aciprensa.com
La Santa Misa (II)
RITOS INICIALES
Canto de entrada de pie. En señal de respeto, recibimos al sacerdote de pie. El Celebrante se acerca al altar y lo besa. El altar representa a Cristo: puedes unirte a ese beso y decir interiormente: Jesús, te amo.
Signo de la cruz y saludo del Sacerdote. La señal de la Cruz nos recuerda que la Santa Misa es la Renovación del Sacrificio del Calvario, Jesús muere por nuestros pecados. Piensa que en estos momentos el altar es el Calvario y que nosotros estamos reunidos junto a Cristo, clavado en la Cruz, y en compañía de su Santísima Madre y del Apóstol San Juan. Hacemos un acto de fe: Señor, creo que la Misa es el mismo sacrificio de la Cruz.
Acto Penitencial. Breve pausa de silencio para recordar nuestros pecados, los últimos que hemos cometido, y pedir perdón al Señor. Si lo hacemos bien podemos alcanzar el perdón de los pecados veniales. También podemos pedir perdón por los pecados de todos los hombres.
Yo confieso ante Dios todopoderoso…
- Señor, ten piedad. Canto de suplica de perdon.
- Gloria: Es un canto de alabanza a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.
Oremos, (oración Colecta) Brevepausa de silencio y recogimiento interior. Procura concretar las peticiones por las que ofrecer la Misa. Dile al Señor los nombres de las personas; háblale de tus afanes, proyectos, preocupaciones... No te quedes con ideas generales.A continuación el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración, invitándonos a todos a unirnos a sus peticiones. AI terminar decimos: Amén.
La Voz de Papa.
DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI CON LOS MIEMBROS DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS (II)
El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger. Este principio ha sido definido sólo recientemente, pero ya estaba implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están a la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real. Lo que se necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación.
El principio de la “responsabilidad de proteger” fue considerado por el antiguo ius gentium como el fundamento de toda actuación de los gobernadores hacia los gobernados: en tiempos en que se estaba desarrollando el concepto de Estados nacionales soberanos, el fraile dominico Francisco de Vitoria, calificado con razón como precursor de la idea de las Naciones Unidas, describió dicha responsabilidad como un aspecto de la razón natural compartida por todas las Naciones, y como el resultado de un orden internacional cuya tarea era regular las relaciones entre los pueblos. Hoy como entonces, este principio ha de hacer referencia a la idea de la persona como imagen del Creador, al deseo de una absoluta y esencial libertad. Como sabemos, la fundación de las Naciones Unidas coincidió con la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre. Cuando eso ocurre, los fundamentos objetivos de los valores que inspiran y gobiernan el orden internacional se ven amenazados, y minados en su base los principios inderogables e inviolables formulados y consolidados por las Naciones Unidas. Cuando se está ante nuevos e insistentes desafíos, es un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar “un terreno común”, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad.
La referencia a la dignidad humana, que es el fundamento y el objetivo de la responsabilidad de proteger, nos lleva al tema sobre el cual hemos sido invitados a centrarnos este año, en el que se cumple el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El documento fue el resultado de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales, todas ellas motivadas por el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad, y de considerar a la persona humana esencial para el mundo de la cultura, de la religión y de la ciencia. Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales. Al mismo tiempo, la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad humana. Sin embargo, es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia. Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos.
+ Abril, 2008
La Buena nueva de Nuestro Señor Jesucristo.
X domingo del tiempo ordinario, 8 de junio
Evangelio según San Mateo 9,9-13.
El autor relata sobriamente la historia de su propia vocación. Se llama a sí mismo Mateo (que significa "don de Dios"), y su oficio el de los publicanos, razón por la que en la lista de los apóstoles (10, 3) se le llama Mateo "el Publicano". Mateo se encargaba de recaudar los impuestos. Su profesión era mal vista, y entonces se consideraba pecadores públicos a cuantos la ejercían.
Antes de dejarlo todo y seguir definitivamente a Jesús, Mateo prepara un banquete de despedida en su propia casa. Allí acude Jesús como el invitado principal, pero no podían faltar los colegas de Mateo, todos ellos "pecadores" y "publicanos".
Como es natural, los fariseos, que se tenían por justos y eran considerados por el pueblo como oficialmente piadosos, se escandalizaron de semejante reunión. Pues ellos evitaban escrupulosamente el trato con los publicanos y pecadores. Su crítica se manifiesta abiertamente en la pregunta que hacen llegar al Maestro a través de los discípulos.
Si los publicanos son pecadores, según afirman los fariseos, es evidente que Jesús debe tratar con ellos de la misma suerte que el médico debe tratar a los enfermos y no a los sanos. El trato de Jesús con los marginados no es ocasional, como no lo es tampoco la crítica que levanta con su conducta.
Es evidente que no los fariseos no eran justos delante de Dios, como tampoco ellos considera a los publicanos pecadores o más pecadores que los fariseos. En realidad todos somos pecadores delante de Dios, que justifica precisamente al impío; es decir, que tiene la iniciativa del perdón y nos hace justos cuando reconocemos nuestro pecado. Aquellos que son considerados pecadores públicos tienen menos dificultad en reconocer su pecado; en cambio, los que son considerados oficialmente justos llegan a creérselo, y se apartan así de la salvación de Dios en Jesucristo. En este sentido hay que entender lo que dice Jesús al afirmar que ha venido a llamar a los pecadores y no a los justos, es decir: a los pecadores marginados por una sociedad hipócrita, y no a los justos que no reconocen su pecado.
Eucaristía 1975/35
Orar por las vocaciones al Sacerdocio.
Entre las personas dedicadas totalmente al servicio del Evangelio se encuentran de modo particular los sacerdotes llamados a proclamar la Palabra de Dios, administrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, entregados al servicio de los más pequeños, de los enfermos, de los que sufren, de los pobres y de cuantos pasan por momentos difíciles en regiones de la tierra donde hay tal vez multitudes que aún hoy no han tenido un verdadero encuentro con Jesucristo. A ellos, los misioneros llevan el primer anuncio de su amor redentor. Las estadísticas indican que el número de bautizados aumenta cada año gracias a la acción pastoral de esos sacerdotes, totalmente consagrados a la salvación de los hermanos. Hay que dar gracias a Dios por tantos sacerdotes que han sufrido hasta el sacrificio de la propia vida por servir a Cristo... Se trata de testimonios conmovedores que pueden impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera» (Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 26). A través de sus sacerdotes, Jesús se hace presente entre los hombres de hoy hasta los confines últimos de la tierra
Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado. De hecho, las comunidades cristianas que viven intensamente la dimensión misionera del ministerio de la Iglesia nunca se cerrarán en sí mismas. La misión, como testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte «para que el mundo crea» (cf. Jn 17, 21). El don de la vocación es un don que la Iglesia implora cada día al Espíritu Santo. Como en los comienzos, reunida en torno a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, la comunidad eclesial aprende de ella a pedir al Señor que florezcan nuevos apóstoles que sepan vivir la fe y el amor necesarios para la misión.
S. S. Benedicto XVI, Jornada
de oración por las vocaciones, abril 2008
Oh Jesús danos Sacerdotes Santo, danos Sacerdotes Según tu Corazón, así sea.
Mes del Sagrado Corazón de Jesús
La difusión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se debe a santa Margarita de Alacoque a quien Jesús se le apareció con estas palabras: "Mira este corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que traspasa mi Corazón más desgarradamente es que estos insultos los recibo de personas consagradas especialmente a mi servicio."
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío.
Las promesas que hizo Jesús a quienes guarden devoción a su Sagrado Corazón.
Les daré todas las gracias necesarias a su estado. Pondré paz en sus familias. Les consolaré en sus penas.Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la muerte.Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada. Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.
Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de El.
Ed. P. Edwin H